martes, 26 de octubre de 2010

El dolor social me desterró de mi tierra

Señor…¡ padre mío!
¿Por qué consentiste
que me desterraran
de la tierra donde nací?
Aquellos días de amedrentada
niebla, envolviendo nuestros cuerpos,
aniquilando nuestras mentes, el miedo
capitaneado por la hipocresía, el odio y la maldad.
Bruma que asfixia nuestras almas
haciendo llorar nuestros corazones
en silencio, desgarrados por el dolor.

Contra todos ellos, mi corta edad.
Mi ingenuidad, aconsejada por mis ilusiones
y la curiosidad por el más allá de lo rural
hicieron que partiera con la cabeza gacha.
Y mi corazón lleno de tristeza, pero altivo,
con mis ojos llorosos por la carbonilla del tren,
con rumbo a lo desconocido, lleno de ingenuidad
y pureza.

Atrás dejaba los días tomados por esa corriente
ansiosa y vengativa. Ese poder endiosado
que tenía a la sociedad obrera ¡pastando y callados!
Sometidos al yugo que el obrero llevaba como esclavo.
Araban de sol a sol los gañanes las haciendas de los amos.
Los peones cavaban las viñas, hacían hoyos para plantar las nuevas
vides. Folloneaban en primavera y a principios del verano segaban trigos y cebadas. A mediados, trillaban y ablentaban.
Recogían el grano y paja para los amos, llenaban sus cámaras.
Los tenían a su merced por unos cuantos reales.
Jornales que apenas el hambre en sus cuerpos desahuciaba.

A mi corta edad, sin entender lo que pasaba, mi corazón sufría el dolor
de los míos, aunque yo no entendía nada.
Fui emigrante en mi propia patria.
El dolor de la sociedad mi corazón ahogaba.
Todos estos acontecimientos, en mi infancia un día,
de mi tierra me desterraban.

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