jueves, 7 de octubre de 2010

Perdidas las hojas de nuestra fe, tu árbol queda desnudo y reseco

I

Señor, Tú eres la omnipotente tierra
de cuyo cuerpo entregaste a la humanidad
un hermoso árbol, cuya savia germinó en nosotros.
Jesús, ¡Hijo del Padre omnipotente!
Tú, que anduviste caminos de abrojos,
y piedras puntiagudas entre nosotros.

Tú, que comiste los manjares de los más débiles
en la mesa de las desgracias, dolor y desolación;
que los más humildes sufrieron, sufren y sufrirán.
A tus brazos van a ofrecerte sus lágrimas,
implorándote claridad y perdón en su caminar.

Jesús, tu derramada sangre germinó
en nuestras almas como hojas primaverales.
Con nuestras verdes almas, cubrimos tus ramas,
fronda de tu creación.

Mi Señor, ¿viste cómo los guardianes de tus leyes,
escritas en nuestros corazones las tergiversaron?
Mientras, llenaban sus arcas de riquezas materiales,
sustraídas junto a Roma el invasor del pueblo humilde,
dejando en sus mesas, miseria, impotencia y dolor.

Llegaste Tú como único Hijo de Dios
con nueva savia como leyes. Nuevos brotes
en el camino de la mano te siguieron.
Tuviste que demostrar con tus milagros
que eras el Hijo del Padre omnipotente.
Diste por nosotros la sangre, y tu cuerpo en rendición.
La semilla de aquella siembra, la cosecha en tus manos,
en florecer, no tardó.

Hoy, en la actualidad, siguen los pastores endiosados
de tu rebaño. Poco a poco, nos alejan de tu corazón.
La misma jerarquía que siglos atrás la vida te segó.
Vieja, o nueva jerarquía, siglo tras siglo al pueblo exprimió,
tergiversando tu doctrina, para en sus mesas comer mejor.
Así veo yo a tu árbol, las hojas de nuestras almas muriendo
al robarnos la fe en Ti, tus pastores tergiversando tus palabras
dejan la piel de tu tronco, estriada y reseca por el desamor.
Jesús, aunque pocas, aún te quedan muchas hojas de verdes primaveras.



II

Ni esa jerarquía necia de pastores, en la tierra doctrinal
¡jamás podrán con los adeptos a tu amor!
Porque Tú has sido, eres y serás, el elixir de vida para nuestros espíritus.

Cristo del Consuelo, quiero como otros muchos vivir aquella fraternidad,
que a la luz de la luna predicabas con tanta serenidad,
esa paz en tus palabras que llenaba nuestros espíritus.
Señor, que no se seque el árbol de tu doctrina.
Jesús, ¡levanta esa tez! y borra esa tristeza por nosotros.
Jamás nos borrarán la fe hacia Ti, aunque lo que predicas sea una utopía.

Te seguiremos en aquellos principios doctrinales
no romanos, donde prevalece el oro en sus basílicas,
comerciando con tu nombre y en tu nombre, los bienes
espirituales y materiales, a su antojo, haciéndonos perder
la fe en Ti, pero te prometo que jamás dejaremos de pensar
en Vos, mi Señor.

Porque Tú eres el fuego que calienta nuestros corazones,
dándonos fuerzas para seguir levantándonos de las caídas
que nos ponen los imprevistos adversos, robándonos la energía.
Eres la luz que nos alumbra el camino, en el final de nuestros días
pasando la transición, lograremos gozar la paz que nos brindas,
en los prados de tu reino, junto a Ti… ¡Cristo del Consuelo!


3 de mayo 2010
El obrero poeta

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